Regalo.

Oscuridad.

Me acariciaba ligeramente el vientre minetras me besaba el cuello. El vello de la mitad derecha de mi cuerpo se erizó.

- Para.
- ¿Por qué?
- Porque me gusta demasiado.

Se reía, mientras comparaba mis dos piernas... una con la piel de gallina y la otra tersa y lisa. Un beso tras otro le hicieron ascender hasta cerca de mi oreja. Quería que me besara, me desnudara y se sumergiera en mi. Pero queria prolongar el placer que me producía únicamente su boca, sus labios en mi cuello, su aliento cálido sobre mi piel. Hacía tiempo que nos conocíamos y jamás le había imaginado tan tierno, tan dulce. Tan sutil en cada caricia. Centraba toda su atencion en todas y cada una de las reaciones de mi cuerpo. Mi aliento acelerado, unas ligeras convulsiones a causa de los escalofríos que me producía su mano subiendo por mi vientre hacia mis pechos, mi espalda que se curvaba como un arco, mi vello erizándose, mis pezones duros... Nada escapaba a su atención.
Yo le dejaba descubrir cómo cada contacto con sus labios o su piel me hacían estremecer. Cómo a cámara lenta, descubría, imagen a imagen, lo que yo era en ese instante. Incapaz de mover un músculo, me dejaba hacer, paralizada.

A partir del momento en que me besó fue todo muy confuso. Saltaron camisetas y pantalones y calcetines y sujetador, desparramándose alrededor de la cama. Recorrimos nuestros cuerpos como si no hubiera mañana.

Besamos, acariciamos, tocamos, mordimos, arañamos, gemimos y sentimos. Hasta que, náufragos, yacimos uno al lado del otro hasta que el Sol se decidió a salir.