- He estado pensando en Hollyhock House - dijo Crumley -, y en tu amiga Emily Sloane.
- No es mi amiga, pero continúa.
- Los locos me dan esperanzas.
- ¡¡¡Qué!!! - Casi se me cae la cerveza.
- Los locos han decidido seguir - dijo Crumley -. Aman tanto la vida que se esconden detrás de un muro levantado por ellos mismos para no destruirla. Hacen como que no oyen, pero
oyen. Hacen como que no ven, pero
ven. La locura dice: odio vivir pero amo la vida. Odio las reglas pero
me gusto. De modo que, en vez de caerme muerto, me oculto. No en el alcohol, ni en la cama bajo las mantas, ni en el pinchazo de una aguja, ni aspirando el polvo blanco, sino en la locura. En mi propio caparazón, en mi propia armadura, bajo mi propio techo de silencio. Así que, só, los locos me dan esperanzas. El coraje de seguir estando cuerdo y vivo, siempre con la cura al alcance de la mano, en caso de cansarme y necesitarla: la locura.
- ¡
Dame esa cerveza! -Se la quité.- ¿Cuántas te has bebido ya?
- Ocho, nada más.
- Dios mío. -Se la devolví.- ¿Todo esto estará metido en tu novela cuando la publiquen?
- Puede ser. - Crumpley soltó un bello, sereno y complaciente eructo y continuó.- Si pudieras elegir entre mil millones de años de oscuridad, sin volver a ver el sol, ¿no escogerías la catatonia? Podrías seguir disfrutando de la hierba y del aire que huele a sandías abiertas. Podrías seguir tocándote la rodilla cuando no mirase nadie. Y hacer en todo momento como que no te importa. Pero te importa
tanto que te construyes un ataúd de cristal y lo sellas contigo dentro.
- ¡Dios mío! ¡Sigue!
- Yo pregunto, ¿por qué elegir la locura? Para no morir, digo. El amor es la respuesta. Todos nuestros sentidos son amores. Amamos la vida, pero tememos lo que la vida nos hace. ¿Entonces? ¿Por qué no probar la locura?
Después de un largo silencio, dije: - ¿A dónde diablos nos lleva toda esta cháchara?
- Al manicomio -dijo Crumley.
Ray Bradbury. Cementerio para lunáticos.