martes, 14 de diciembre de 2010

Frío.

Desnuda en su cama fuma Ducados rubio y piensa en él, como muchas noches.
A veces piensa en sus manos. Otras medita todas y cada una de las palabras que ha oido de sus labios. Y, las más de las veces, imagina qué miradas se escondían tras cada una de esas palabras. Hoy piensa en su frío e inicia un intenso debate consigo misma. Se le hace más intensa su ausencia y parece que la escarcha de su aliento la enmudece. No para de preguntarse qué es lo que él necesita, lo que ella debería hacer por él, para que sé dé cuenta de que un sí, significa siempre sí, y que un no, no es negociable. De que ella también necesita ese calor espontáneo de unos versos absurdos en la tercera hora del insomnio.
Ese frío le tensa la piel y los labios y le prepara el cuerpo para esa intensa búsqueda del calor en sus últimas palabras. Hace que su mente busque obstinadamente un motivo, una causa, un efecto. Pero cuando la escarcha metálica de su momentáneo retroceso le cubre la boca, el dolor se hace más punzante, casi real. Ese frío, en última instancia, se convierte en una verdad aplastante e irrefutable y las pruebas no son necesarias para que ella apague el cigarro sintiéndose culpable. Irremediablemente culpable.
Al final dormirá bien, soñará, y se levantará al día siguiente para volver a empezarlo todo desde el principio.

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