sábado, 15 de enero de 2011

Espera.

Tengo que contarte la verdad.
Sólo valgo la pena tras un par de cervezas.
Sólo se me ocurren las genialidades cuando sufro insomnio,
cuando estoy al borde del coma etílico
o al borde de la recapitulación.

El resto del tiempo estoy en una isla desierta
y me encaramo a la primera rama que veo
como un gato de bigotes y cola larga
para verte desde lejos,
para olisquear en el aire tu presencia,
y espero a que naufragues
y llegues irremediablemente a mi playa,
a mi islote desierto,
dónde soy yo la reina, soy esclava y soy noble.

No soy más que una maldita niña caprichosa,
una obstinada,
que espera y desespera,
convencida de que el mundo terminará llevándote a mi,
y que sólo así conoceremos la verdad.
Nuestra verdad.

Hay veces que siento que no soy la única en este lugar
y busco desesperadamente esa presencia que se insunua.
Tras la espera, los nervios, la excitación...
me doy cuenta que no es más que el fantasma de mi voz,
que en un descuido he alzado más de lo debido
y me persigue, me acusa, me muerde, me araña...
y luego lame mis heridas me besa, me ama,
me dice que no pasa nada,
que algún día alguien vendrá a por mi
y dejaré las largas horas de espera en la rama
para caminar con tacones de cristal en mi palacio de arena.

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