domingo, 20 de junio de 2010



Hay tanto que decir...
pero mis suspiros se pierden en la noche
y caen al suelo como mariposas muertas.
Me consuela pensar
que nuestras noches no tienen reloj
y que sus horas pierden la razón
en una esquina,
de la que cuelgan nuestros miedos,
nuestros tormentos,
nuestros ''deberíamos...''.
Me reconforta saber
que los dos somos igual de idiotas,
a ambos nos ha advertido
algún dedo acusador,
¡Traidores! ¡Ilusos! ¡Ingénuos!
camuflado en compasión o lástima
o incluso en una falsa preocupación
''cuidado...''
esa amenaza de la mutua destrucción,
tan evidente en la lógica,
tan poco creíble en mi cama.
No serán un par de metomentodo
quienes dilucidarán si esto es correcto.
A estas alturas es tarde.
Tarde para pensar,
para rectificar,
para arrepentirse.
No por el tiempo,
no por los hechos.
Tarde simplemente
porque no voy a pedir permiso,
no voy a esperar
a que en la gloria de la lógica
de estos genios onanistas,
- mesías de lo correcto,
salvadores de almas-
venga a arrebatarme mi alimento,
las sábanas revueltas
a las horas del insomnio,
el agua y la espuma del mar,
tus manos surcando mi cuerpo,
los versos que escribo en tu piel.
No hay mayor miedo para mí
que algún día tus oídos pequen
y escuchen a estos iluminados.
Nos bendicen cada uno de los segundos que derrochamos juntos,
cada vez que trasnochamos,
la gloria es nuestra.

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